¡Felices esas aves que volando
libres en paz por el espacio corren
de purísima atmósfera gozando!
libres en paz por el espacio corren
de purísima atmósfera gozando!
En su cárcel de espinos y rosas
cantan y juegan mis pobres niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya perseguidos.
En su cárcel se duermen soñando
cuán bello es el mundo cruel que no vieron,
cuán ancha la tierra, cuán hondos los mares,
cuán grande el espacio, qué breve su huerto.
Y le envidian las alas al pájaro
que traspone las cumbres y valles,
y le dicen: —¿Qué has visto allá lejos,
golondrina que cruzas los aires?
Y despiertan soñando, y dormidos
soñando se quedan
que ya son la nube flotante que pasa
o ya son el ave ligera que vuela
tan lejos, tan lejos del nido, cual ellos
de su cárcel ir lejos quisieran.
cantan y juegan mis pobres niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya perseguidos.
En su cárcel se duermen soñando
cuán bello es el mundo cruel que no vieron,
cuán ancha la tierra, cuán hondos los mares,
cuán grande el espacio, qué breve su huerto.
Y le envidian las alas al pájaro
que traspone las cumbres y valles,
y le dicen: —¿Qué has visto allá lejos,
golondrina que cruzas los aires?
Y despiertan soñando, y dormidos
soñando se quedan
que ya son la nube flotante que pasa
o ya son el ave ligera que vuela
tan lejos, tan lejos del nido, cual ellos
de su cárcel ir lejos quisieran.
—¡Todos parten! —exclaman—. ¡Tan sólo,
tan sólo nosotros nos quedamos siempre!
¿Por qué quedar, madre, por qué no llevarnos
donde hay otro cielo, otro aire, otras gentes?
Yo, en tanto, bañados mis ojos, les miro
y guardo silencio, pensando: —En la tierra
¿adónde llevaros, mis pobres cautivos,
que no hayan de ataros las mismas cadenas?
Del hombre, enemigo del hombre, no puede
libraros, mis ángeles, la egida materna.
Recita: Juani Rivero González |
Triste loco de atar el que ama menos le llama al que ama más; y terco impenitente, al que no olvida el que puede olvidar. Del rico el pobre en su interior maldice, cual si él rico no fuera si pudiese, y aquél siente hacia el pobre lo que el blanco hacia las razas inferiores siente. ************************************************ Aunque mi cuerpo se hiela, me imagino que me quemo; y es que el hielo algunas veces hace la impresión del fuego. |
Recita: Paz Monzón González |
Una luciérnaga entre el musgo brilla y un astro en las alturas centellea; abismo arriba, y en el fondo abismo; ¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda? En vano el pensamiento indaga y busca en lo insondable, ¡oh ciencia! Siempre, al llegar al término, ignoramos qué es al fin lo que acaba y lo que queda. Arrodillada ante la tosca imagen, mi espíritu, abismado en lo infinito, impía acaso, interrogando al cielo y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo. ¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana con sus ecos responde a mis gemidos desde la altura, y sin esfuerzo el llanto baña ardiente mi rostro enflaquecido. ¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan solo lo puedes ver y comprender, Dios mío! ¿Es verdad que los ves? Señor, entonces, piadoso y compasivo vuelve a mis ojos la celeste venda de la fe bienhechora que he perdido, y no consientas, no, que cruce errante, huérfano y sin arrimo, acá abajo los yermos de la vida, más allá las llanadas del vacío. Sigue tocando a muerto, y siempre mudo e impasible el divino rostro del Redentor, deja que envuelto en sombras quede el humillado espíritu. Silencio siempre; únicamente el órgano con sus acentos místicos resuena allá de la desierta nave bajo el arco sombrío. Todo acabó quizás, menos mi pena, puñal de doble filo; todo, menos la duda que nos lanza de un abismo de horror en otro abismo. Desierto el mundo, despoblado el cielo, enferma el alma y en el polvo hundido el sacro altar en donde se exhalaron fervientes mis suspiros, en mil pedazos roto mi Dios cayó al abismo, y al buscarle anhelante, sólo encuentro la soledad inmensa del vacío. De improviso los ángeles desde sus altos nichos de mármol, me miraron tristemente y una voz dulce resonó en mi oído: «Pobre alma, espera y llora a los pies del Altísimo; mas no olvides que al cielo nunca ha llegado el insolente grito de un corazón que de la vil materia y del barro de Adán formó sus ídolos». | ||
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Margarita I ¡Silencio, los lebreles de la jauría maldita! No despertéis a la implacable fiera que duerme silenciosa en su guarida. ¿No veis que de sus garras penden gloria y honor, reposo y dicha? Prosiguieron aullando los lebreles... —¡los malos pensamientos homicidas!— y despertaron la temible fiera... —¡la pasión que en el alma se adormía!— Y ¡adiós! en un momento, ¡adiós gloria y honor, reposo y dicha! II Duerme el anciano padre, mientras ella a la luz de la lámpara nocturna contempla el noble y varonil semblante que un pesado sueño abruma. Bajo aquella triste frente que los pesares anublan, deben ir y venir torvas visiones, negras hijas de la duda. Ella tiembla..., vacila y se estremece... ¿De miedo acaso, o de dolor y angustia? Con expresión de lástima infinita, no sé qué rezos murmura. Plegaria acaso santa, acaso impía, trémulo el labio a su pesar pronuncia, mientras dentro del alma la conciencia contra las pasiones lucha. ¡Batalla ruda y terrible librada ante la víctima, que muda duerme el sueño intranquilo de los tristes a quien ha vuelto el rostro la fortuna! Y él sigue en reposo, y ella, que abandona la estancia, entre las brumas de la noche se pierde, y torna al alba, ajado el velo..., en su mirar la angustia. Carne, tentación, demonio, ¡oh!, ¿de cuál de vosotros es la culpa? ¡Silencio...! El día soñoliento asoma por las lejanas alturas, y el anciano despierto, ella risueña, ambos su pena ocultan, y fingen entregarse indiferentes a las faenas de su vida oscura. III La culpada calló, mas habló el crimen... Murió el anciano, y ella, la insensata, siguió quemando incienso en su locura, de la torpeza ante las negras aras, hasta rodar en el profundo abismo, fiel a su mal, de su dolor esclava. ¡Ah! Cuando amaba el bien, ¿cómo así pudo hacer traición a su virtud sin mancha, malgastar las riquezas de su espíritu, vender su cuerpo, condenar su alma? Es que en medio del vaso corrompido donde su sed ardiente se apagaba, de un amor inmortal los leves átomos, sin mancharse, en la atmósfera flotaban. |
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Camino blanco, viejo camino, desigual, pedregoso y estrecho, donde el eco apacible resuena del arroyo que pasa bullendo, y en donde detiene su vuelo inconstante, o el paso ligero, de la fruta que brota en las zarzas buscando el sabroso y agreste alimento, el gorrión adusto, los niños hambrientos, las cabras monteses y el perro sin dueño... Blanca senda, camino olvidado, ¡bullicioso y alegre otro tiempo!, del que solo y a pie de la vida va andando su larga jornada, más bello y agradable a los ojos pareces cuanto más solitario y más yermo. Que al cruzar por la ruta espaciosa donde lucen sus trenes soberbios los dichosos del mundo, descalzo, sudoroso y de polvo cubierto, ¡qué extrañeza y profundo desvío infunde en las almas el pobre viajero! |
Rosalía de Castro "Tú mirada expresa tu gran dolor" |
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