En un país tan cercano, que pudiera ser el nuestro,
no se sabe de qué grano, nació la que aquí les muestro,
y su vida no fue en vano, así yo se los demuestro.
Tiene por nombre Matilde, y desprende su mirada
la bondad, que siempre humilde, regaló sin pedir nada,
que aquel que va dando, y mide, “tiene la virtud aguada”.
Sin embargo, esto no quita, para que sea resuelta…
de una tal “Caperucita”, aprendió a darse la vuelta
y decide ella solita sus veredas, aún inciertas.
No escuchando aquellos lobos que le salieron al paso
y que tras los algarrobos, escondían su fracaso,
para –en un salto corcovo- devorar su vida acaso.
Tampoco esperó dormida a ningún príncipe azul
ni quiso ser elegida por vestir sedas y tu
sino más bien ser querida, por sacar su alma a la luz.
No creyó en que las carrozas fueran antes calabazas
descubrió que hasta las rosas, llevan dardos que amenazan
y se volvió cautelosa en beber de alguna taza.
No se olvidó su zapato, ni mordió cualquier manzana;
de pequeña fue feo pato, pero cisne en su mañana,
dejó en sus botas el gato, pero no besó a la rana.
No durmió años y años, ni convirtió paja en oro,
el bien de propios y extraños, abrigó como tesoro
y pensó… “si me hacen daño, más mi fuerza la valoro”.
Porque… nos cuentan los cuentos, de niñas buenas y hermosas
esperando en su aposento, la venida milagrosa
de un joven guapo y apuesto, que la convierte en su esposa.
Y luego… acaba el romance, -cuando empieza la amargura-
no te cuentan el alcance de toda la singladura
ni te explican el balance, ni el amor pasa factura.
Se educa a mirar afuera, sin mirar los corazones,
“los valientes que liberan a las damas en prisiones…
les clavarán su bandera, como a sus posesiones”.
Mejor es mirar adentro, el interior de sus almas…
y que tengan en ese centro, la placidez y la calma,
que no haya desencuentro entre el aire y la hoja de palma.
Hay que andar como tortuga, mirando despacio el bosque…
que la liebre con su fuga, no ve los albaricoques…
y sin tener una arruga, ya le han dado algún estoque.
No nos llamamos Alicia, ni este mundo es maravilla
y con la justa malicia, caminemos de puntilla,
para no hacer las caricias, a quien nos da pesadillas.
Pues siguen habiendo brujas, aunque ya no haya escobas,
y existen las agujas en ruecas de alguna alcoba,
y manos largas que empujan y el equilibrio te roban.
Matilde, con su mesura, vive en paz su vida larga…
hoy gentil, mañana dura, “la prudencia lenta salga”
-que por dulce te trituran y te escupen por amarga-.
Por Guadalupe Santana Suárez.